Cali, septiembre 7 de 2025. Actualizado: sábado, septiembre 6, 2025 20:17
Aceptar lo que no nos gusta
¿Cómo reacciona usted cuando se enfrenta a una situación que va contra su deseo: se molesta y ofusca, no le presta atención y pasa rápido la página, ¿o reflexiona y procura sacar lo mejor de la adversidad?
Todos recibimos noticias que nos impactan y, hay que reconocerlo, nos incomodan y nos hacen sufrir: Un despido, una enfermedad, una pareja o hijo que piensa y actúa muy distinto, críticas a nuestro trabajo, un fallo judicial o, incluso, quedar atascado en el tránsito cuando vamos a alguna diligencia, son algunas de las “n” circunstancias que ponen a prueba nuestro carácter.
La paciencia, la prudencia y, en general, la madurez de una persona se refleja en la manera como esta asume la adversidad.
No se trata de quedarse inmóvil o de no actuar, pues la autoestima, el orgullo, la dignidad y el esfuerzo profesional deben llevarnos a reponernos y, sobre todo, a aprender y a sacar provecho de la situación, para que cada vez sea menos lo que nos perturbe en la vida.
Requiere una alta dosis de resiliencia (capacidad de adaptarse a nuevas circunstancias, especialmente si estas son negativas), y para ello hay que actuar con serenidad, respetar y aceptar decorosamente los fallos en contra, los errores, las críticas y, en general, cualquier acción contraria.
Debemos reconocer que el día a día es para aprender, que no siempre se puede ganar, que la suerte no se puede comprar o dominar, y que más allá de la pasión, el trabajo, el compromiso o la interpretación de lo que es justo y merecido, la vida nos sorprende con acciones inesperadas que no gustan y molestan.
Quien, por ejemplo, no sabe asumir una decisión adversa, una sanción merecida o una reprimenda de sus padres, se frustra, se estresa, se enferma, se llena de rencor, se deja llevar por las pasiones, no razona adecuadamente, es reactivo, busca culpables donde no hay, caza peleas innecesarias y habla de venganza.
El derecho romano nos enseñó que “dura es la ley, pero es la ley”, en referencia a que no importa cómo, cuándo, dónde, en qué circunstancias ni con quién, las normas que regulan las relaciones humanas deben cumplirse, así no se esté de acuerdo con ello.
Una mensaje similar nos han dado los militares. Ellos dicen que “las leyes se cumplen o la milicia se acaba”, para mostrar cómo la disciplina y el respeto por la autoridad son esenciales en la convivencia.
Nuestros padres nos hablaron de respetar la edad, la dignidad y el gobierno, y en medios se habla de respetar la institucionalidad, o marco preestablecido de relacionamiento social.
Son diversas formas de comprender vías para alcanzar un talante civilizado y democrático en la sociedad.
Así actúan las comunidades con más bienestar. En ellas, el debate se basa en el respeto al contrario, a las decisiones adversas y al convivir en medio de la discrepancia.
Esas mismas sociedades han demostrado que la diferencia y la contradicción no son sinónimo de confrontación sino una oportunidad para aprender y mejorar con el diálogo, para hallar mejores argumentos y aceptar las mejores prácticas.
Una comunidad en armonía reconoce que solo bajo las propias reglas existentes es como se pueden impulsar cambios para mejorar la convivencia.
Quien pretenda imponer su opinión y voluntad por sobre las normas, fomenta una tiranía, una violación a las leyes y un capricho, y esto solo funcionará hasta que otra persona con más fuerza bruta, violencia verbal o capacidad de imponer su deseo le supere.
En ese momento, se acaba la civilidad y llega la barbarie, misma que a veces vivimos en un entorno polarizado, donde la pasión y el odio impiden escuchar a los demás y reconocer que sus argumentos pueden ser válidos y hasta mejores que los nuestros.
Nunca estaremos exentos de enfrentar hechos que contraríen nuestro deseo, pero solo en la medida en que aprendamos de ellos y saquemos provecho de la adversidad, aseguraremos un mañana más tranquilo que el hoy.