Cali, agosto 13 de 2025. Actualizado: miércoles, agosto 13, 2025 19:24
El Amazonas con los ánimos ¿encendidos?
En medio del majestuoso río Amazonas, donde la selva parece eterna y las fronteras deberían diluirse en la armonía natural, una pequeña isla ha encendido una disputa diplomática que amenaza con escalar más allá de lo simbólico.
La isla de Santa Rosa, ubicada frente a Leticia, ha pasado de ser una formación fluvial a convertirse en el epicentro de un diferendo limítrofe entre Colombia y Perú que revive viejas tensiones y plantea nuevas preguntas sobre soberanía, derecho internacional y sentido común.
Colombia sostiene que Santa Rosa no ha sido asignada oficialmente a ningún país, ya que surgió después del acuerdo binacional de 1929 y del Protocolo de Río de Janeiro de 1934, este último dio fin a la guerra colombo-peruana.
Perú, por su parte, afirma que la isla está unida a su territorio y ejerce soberanía desde hace décadas, incluso ha creado recientemente el distrito de Santa Rosa de Loreto, convirtiéndose en el detonante de este nuevo litigio territorial.
¿Quién tiene la razón? Tal vez ambos, o tal vez ninguno. Lo cierto es que el Amazonas ha cambiado su curso, y con él, la geografía política se ha vuelto más turbia, pero también deja en evidencia la falta de previsión y el olvido al cual está sometida este rincón del país, pues hace más de 30 años la Universidad Nacional y la Armada de Colombia, advirtieron que el río estaba cambiando su curso y ninguno de los gobiernos ni Pastrana, ni Uribe, ni Santos y mucho menos Duque, hicieron algo para mitigar la situación.
El presidente Gustavo Petro ha sido enfático: Colombia no reconoce la soberanía peruana sobre Santa Rosa y exige un proceso de asignación conjunto. Su decisión de trasladar los actos del 7 de agosto a Leticia fue más que simbólica: fue una declaración de intenciones.
Mientras tanto, Perú refuerza su presencia estatal en la isla, ondea su bandera y responde con notas diplomáticas que afirman su derecho sobre el territorio e incluso ha hecho algunos movimientos de tropas que, aunque pequeños no dejan de ser llamativos.
Pero más allá de los discursos y las banderas, ¿qué está en juego? No es solo una porción de tierra en medio del río.
Es el principio de respeto mutuo, la vigencia de los tratados internacionales y la capacidad de dos países hermanos para resolver sus diferencias sin caer en provocaciones.
Es también la vida de más de 30.000 habitantes de la zona que ven cómo su hogar se convierte en campo de batalla político.
Lo cierto es que la solución no está en los micrófonos, ni en los helicópteros, ni en lanchas “piraña”, está en el diálogo, en la reactivación de la Comisión Mixta Permanente para la Inspección de la Frontera Colombo-Peruana, y en el reconocimiento de que el Amazonas no puede ser víctima de la geopolítica y mucho menos de intereses políticos mezquinos sin importar la orilla de donde vengan.
Si el río cambia, que cambie también nuestra forma de entender la soberanía: con flexibilidad, con justicia, con visión de futuro, pero ante todo con la voluntad de dejar atrás ese olvido del Estado que solo se acuerda de estas zonas cuando la integridad territorial se ve amenazada.