Cali, junio 1 de 2025. Actualizado: sábado, mayo 31, 2025 19:51

Adrián Zamora Columnista

Elon Musk, la tecnopolítica y el dilema del poder en el siglo XXI

Adrián Zamora

La salida de Elon Musk del gabinete de Donald Trump marca algo más que el fin de un experimento político singular.

Es un síntoma del reordenamiento profundo que está viviendo el poder en el siglo XXI, donde los Estados ya no compiten solo entre sí, sino también con gigantes empresas tecnológicas capaces de influir en políticas públicas, decisiones militares y percepciones sociales a escala global.

Durante su breve paso por el gobierno, Musk intentó aplicar una lógica empresarial al aparato estatal, liderando el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) con la promesa de recortar dos billones de dólares del gasto público.

Su legado, sin embargo, quedó lejos de esa meta: unos 150 mil millones en ahorros, múltiples choques con la burocracia y una salida anticipada marcada por críticas al plan fiscal del propio Trump.

Musk descubrió que el Estado no es una empresa, y que reformar Washington desde adentro es más complejo que rediseñar un satélite.

Pero más allá de la cifra y la anécdota, lo que revela este episodio es la dinámica de la tecnopolítica: la competencia, fusión y fricción entre el poder de las plataformas tecnológicas y el poder del Estado.

En la era tecnopolar, como la define Ian Bremmer, las grandes tecnológicas ya no solo influyen en mercados; ahora son capaces de moldear reglas, condicionar guerras y desafíar la soberanía de los Estados.

El caso de Starlink en Ucrania, donde Musk decidió limitar unilateralmente su uso militar, lo demuestra con claridad.

Su salida del gabinete reabre un debate incómodo: ¿hasta qué punto puede la democracia adaptarse a un escenario en el que actores privados concentran más capacidad operativa que muchos gobiernos? ¿Qué implicaciones tiene el hecho de que la infraestructura crítica, los datos estratégicos e incluso la gestión de la opinión pública estén cada vez más en manos de empresas guiadas por lógicas corporativas, más que por mecanismos de control público o escrutinio institucional?

Mientras tanto, China observa con atención. Para Pekín, el ascenso de magnates como Musk simboliza una fragilidad estructural: la dependencia de figuras impredecibles para decisiones clave.

Frente a ello, el modelo chino apuesta por una gobernanza tecnológica más vertical, más alineada con los objetivos del Estado.

En última instancia, el paso de Musk por la administración Trump es un espejo de nuestro tiempo. Un tiempo donde la gobernabilidad ya no puede entenderse sin analizar la arquitectura de poder que se está formando entre Estados, empresas y algoritmos.

Lo que está en juego no es solo la eficiencia del gasto público. Es la capacidad de las democracias para regular, integrar y contener a actores cuyo poder ya ha entrado —literalmente— en órbita.

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viernes 30 de mayo, 2025
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