Cali, julio 13 de 2025. Actualizado: viernes, julio 11, 2025 23:27
La Selva: la sinfonía viva de la Tierra
Las selvas son las arquitectas invisibles de la vida. Milenarias estructuras diseñadas con una eficiencia que haría sonrojar al más relamido de los ingenieros suizos.
Han sido tejidas durante millones de años con el hilo fino de la biodiversidad. Se puede decir sin pudor: «no existe mejor fábrica de vida sobre la Tierra».
Su historia empieza en el Devónico -hace entre 380 y 350 millones de años- cuando unas bacterias con hambre de luz y minerales decidieron colonizar las aguas.
Algunas aprendieron el truco más brillante de todos: aprovechar la luz solar para alimentarse, una hazaña evolutiva que cambió para siempre la atmósfera terrestre al liberar oxígeno.
Desde entonces, las selvas han evolucionado en simbiosis con el planeta, convirtiéndose en los pulmones de la Tierra.
Pero tardamos siglos en entender lo que teníamos enfrente. Las primeras sociedades veían las selvas como territorios hostiles, llenos de fieras y fantasmas. Incluso, a principios del siglo XX, se les llamaba «el infierno verde».
El auge del caucho trajo esclavitud indígena, y la literatura nos dejó advertencias como la de José Eustaquio Rivera en La Vorágine:
«Déjanos regresar al Orinoco. No remontes estas aguas que son malditas. Arriba, caucheros y guarniciones. Trabajo duro, gente maluca, matan indios»
Cuando el botánico francés Francis Hallé comenzó a estudiar las selvas tropicales en 1960, todavía se creía que eran infinitas.
Pero no, no lo son. Hoy apenas quedan unas 400, muchas convertidas en pinches relictos: retazos vivos que se niegan a morir.
Aunque diezmadas por hachas y motosierras, siguen ofreciendo servicios ecosistémicos y ejemplos heroicos de resiliencia.
Hallé insistía en que las plantas son profundamente inteligentes; pero, ¿cómo puede serlo un ser sin cerebro? Él respondía con ironía luminosa:
«Tampoco tienen pulmones y sin embargo respiran. No tienen ojos, pero ven la luz. No tienen tubo digestivo, pero se alimentan. Que la inteligencia necesite un cerebro lo dice un diccionario escrito, curiosamente, por humanos».
Este argumento no es poesía: es biología. Las plantas no huyen ni se desplazan, pero transforman su entorno y dependen de complejas redes químicas y biológicas para sobrevivir.
Han perfeccionado una estrategia genial: quedarse quietas y hacer magia con la fotosíntesis.
Claro que esa inmovilidad exige vínculos con animales, hongos y microorganismos que las polinizan, dispersan y protegen. Una lección silenciosa de colaboración.
También hay pistas de las selvas en la geología. Hace 300 millones de años, los continentes formaban una sola masa: Pangea.
Su fragmentación dio lugar a Gondwana -Sudamérica, África, India, Australia y Madagascar- y hoy lo vemos en la similitud de los fósiles vegetales a ambos lados del Atlántico.
Las selvas tropicales actuales son herederas de ese linaje compartido.
En la actualidad, América alberga el 57% de las selvas tropicales del planeta, desde el sur de México hasta el norte de Argentina.
La majestuosa Amazonía -repartida entre Brasil, Colombia, Perú, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Guyana y Surinam- representa un bastión de la biodiversidad global.
Su futuro es incierto, dado que, de los siete millones de km² que tenía hace 100 años, ahora solo quedan, según lo afirma Donato Nobre, 5,5 millones.
La selva del Congo, segunda en extensión del planeta, comprende países como República Democrática del Congo, Gabón, República del Congo, Guinea Ecuatorial, el sureste de Camerún, y parte de la República Centroafricana y de Angola.
La tercera selva tropical es la del sudeste asiático, que abarca parte de países como Indonesia, Malasia, Filipinas y Papúa Nueva Guinea, amenazadas por la madera y cultivo de palma de aceite.
También son significativas la selva del noreste de Australia, la del Paraná, la de Centroamérica y una muy especial, por su extraordinaria biodiversidad, y porque es nuestra selva: la del Chocó Biogeográfico.
Nuestra selva vallecaucana, brilla con una riqueza biológica inigualable: un enclave de endemismo, saber ancestral y resistencia.
Todas las selvas son importantes. Son bibliotecas vivas, farmacias naturales, refugios de culturas originarias y laboratorios de equilibrio climático.
Su defensa no es un capricho de ambientalistas: es una urgencia planetaria.
Las selvas no solo dan vida: la sostienen.