La última chispa de esperanza

Miguel Uribe Turbay falleció después de dos meses de agonía, tras el atentado criminal y cobarde que sufrió.

Su familia, y buena parte del país, nos aferramos durante este tiempo a una mínima luz de esperanza, esa chispa que los humanos guardamos en el fondo de la caja de Pandora, aun cuando la razón nos advierte que no habrá regreso posible.

Sé de ese dolor. Lo viví con mi papá, víctima de un accidente cerebrovascular. Cada amanecer, mi hermana y yo nos levantábamos esperando que se diera el milagro, aunque sabíamos que las secuelas serían irreversibles.

La esperanza, en esos casos, se convierte en un refugio pero a la vez, en un tormento: Sí, nos sostiene para seguir un día más, pero también nos prolonga la angustia de aceptar lo que sabemos inevitable.

Hoy esa luz se apagó para la familia Uribe Turbay. Mis condolencias más sinceras para ellos. Que Dios les conceda la fortaleza que solo Él puede dar.

Dicen que cuando el hombre planea, Dios sonríe. Sus caminos no son nuestros caminos, y quizá, en su sabiduría, este desenlace tendrá un sentido que aún no podemos comprender.

Lo que sí entendemos es que cada día es un regalo, y que la vida puede cambiarnos en un instante.

Hoy recordamos otra herida: los magnicidios que creíamos superados han vuelto a escribir nuestra historia.

Han pasado más de tres décadas desde sus días más oscuros, pero las balas, los atentados y el miedo parecen hoy decididos a regresar.

No podemos acostumbrarnos a esta noche angustiante y atroz. Si lo hacemos, estaríamos renunciando al país que aún podemos reconstruir para nuestros hijos.

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