Las contradicciones morales

El nombramiento de Daniel Mendoza como embajador en Tailandia levantó una tormenta moral.

Lo que debería ser un honor diplomático es un atropello a los valores de cualquier sociedad.

¿Cómo puede ser digno representante de Colombia alguien cuyas palabras en redes sociales exaltan la violencia sexual y la explotación infantil?

Petro definió a Mendoza como un poeta del amor.

Sin embargo, sus publicaciones lo muestran como alguien que disfruta con actos degradantes.

Sus trinos no solo son ofensivos, son peligrosos.

En un país que lucha por erradicar la violencia de género, la pedofilia y el consumo de drogas, este nombramiento no solo indigna, desorienta.

La contradicción en el discurso del gobierno es alarmante.

Mientras se lanzan campañas contra estos flagelos, se premia a quienes los alimentan con altos cargos.

Como sociedad debemos exigir coherencia.

Si las políticas públicas buscan transformar la cultura de la violencia y la desigualdad, no podemos legitimar estas conductas desde las instituciones.

Se equivoca el presidente cuando se considera defensor de la libertad de Mendoza.

Colombia atraviesa un momento crítico.

Más allá de la legalidad, los actos del gobierno deben reflejar un compromiso con los valores que aspiramos a construir como nación.

Benedetti y ahora Mendoza, ¿Qué le pasa a Petro?

Es hora de que la ciudadanía ejerza con vehemencia la condena social.

La indiferencia no puede ser una opción.

Hay que rechazar con contundencia este tipo de decisiones.

El mensaje debe ser claro: ni el poder ni la ideología están por encima de la decencia.

Colombia merece representantes que honren su cultura y defiendan su integridad, no quienes la deshonran con sus palabras o acciones.

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