Los espejos del poder

Rosa María Agudelo

Trump y Petro parecen polos opuestos. Uno, símbolo del capitalismo feroz; el otro, adalid del cambio social. Sin embargo, en esencia, son idénticos.

Ambos se miran en el mismo espejo del poder: el del líder que confunde la nación con su propio reflejo. Dicen hablar por el pueblo, pero terminan hablando de sí mismos.

Sus discursos no construyen comunidad sino cultos.

Son narcisistas políticos. Ambos tienen la convicción de ser indispensables, de creer que solo ellos entienden la verdad.

Trump y Petro se alimentan de esa certeza. En cada frase proyectan su lucha personal contra enemigos imaginarios. Desprecian la crítica, la prensa libre y la moderación.

Prefieren la plaza o la red social donde pueden dominar el relato sin filtros. No soportan el silencio; necesitan aplausos para sentirse reales.

Ambos han hecho de la confrontación su método. No gobiernan desde la razón sino desde la emoción.

La política es su espectáculo, llenan sus teatros de seguidores y de adversarios, nunca de interlocutores. Así destruyen la posibilidad del consenso.

En su narrativa no hay matices: solo leales o traidores. No hay instituciones, hay causas. No hay Estado, hay un escenario.

El problema no es el estilo, es la consecuencia. Las democracias se debilitan cuando sus líderes se sienten por encima de ellas.

Ningún país se construye desde el ego. El poder necesita autocrítica, no adoración. Trump y Petro nos recuerdan que el narcisismo en política no conoce fronteras ni ideologías.

Me los imagino cada mañana: “espejito, espejito, ¿quién es el más poderoso? Dímelo, tesoro.