Cali, octubre 22 de 2025. Actualizado: martes, octubre 21, 2025 23:32
Desde la sala de redacción
El olvido que sembramos
Rosa María Agudelo Ayerbe – Directora Diario Occidente
Algunas historias se quedan en el borde de la libreta, esperando su turno. Esta es una de ellas.
El campo fue mi primer hogar, aunque no mi primera crónica.
Pasé mis primeros diecisiete años entre cafetales, establos y árboles frutales en Santa Rosa, una vereda cerca de Popayán.
Cada Semana Santa, Navidad o verano, era tiempo de finca. Mis abuelos no eran campesinos de origen, pero lo fueron en esencia: trabajaban la tierra, madrugaban a revisar las cosechas, sufrían con los precios del café y lidiaban con la federación.
La finca producía para todos incluyendo los campesinos de la región. Ellos recibían su jornal y cultivaban parcelas para su pan coger.
No eran ricos ni pobres. Los días de mercado, mi abuela iba con ellos a la misma galería de Popayán. Y yo, sin saberlo, absorbía ese universo.
Recuerdo la finca con todos los sentidos: el zumbido de los bichos al atardecer, el olor a tierra mojada, las guayabas recién cosechadas.
Era un mundo que, con los años, se desdibujó. Tras la muerte de mis abuelos, ninguno de mis tíos quiso hacerse cargo. La finca se vendió. Se convirtió en casa de recreo, como tantas otras.
Ya no producía ni generaba empleo. Cuando volví, Santa Rosa era otra: las fincas cerradas, la urbanización encima, los trabajadores desempleados.
La pobreza los había alcanzado. Hablaban con nostalgia de los tiempos en que se trabajaba la tierra todos los días.
Entonces entendí que, como periodista, también había abandonado el campo. Lo observé de lejos, a veces desde la óptica de la agroindustria, nunca desde la raíz campesina.
Nunca volví con mi grabadora a esas veredas que recorrí de niña en La Mora, la yegua apacible de mis abuelos.
Somos un país con raíces rurales y memoria urbana
Colombia es profundamente rural. Más del 88% de su territorio es campo, pero la historia se ha escrito desde la ciudad.
El campesinado ha sido protagonista del conflicto armado, de la seguridad alimentaria y del cuidado ambiental, y aun así ha permanecido al margen de la agenda pública y mediática.
Como muchos periodistas, hablé del agro desde los gremios, los tratados de libre comercio o la innovación tecnológica.
Pero olvidé a los minifundistas, a los jornaleros, a las mujeres que cargan el azadón en una mano y el almuerzo en la otra.
Esa omisión no es solo mía: es estructural. En los medios, los temas rurales suelen aparecer el Día del Campesino o asociados a la violencia.
¿Por qué le dimos la espalda al campo si tantos venimos de él? Tal vez porque nos contaron que el progreso estaba en la ciudad, que el campo era pasado. Pero ese pasado sigue vivo y exige justicia.
No hay paz sin campo, ni futuro sin tierra
El campo ha sido escenario de guerra; es justo que ahora sea terreno fértil para la paz. El Acuerdo de La Habana lo entendió al poner como punto central la Reforma Rural Integral: entregar tres millones de hectáreas a campesinos sin tierra y formalizar siete millones más antes de 2031.
Hasta diciembre de 2024, la Agencia Nacional de Tierras había adquirido 448.544 hectáreas y formalizado 1.277.049, beneficiando a comunidades campesinas, afrodescendientes e indígenas.
Además, se constituyeron 13 nuevas Zonas de Reserva Campesina con 643.381 hectáreas. Son pasos importantes, pero aún insuficientes.
Los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) han impulsado más de 33.000 iniciativas comunitarias en 170 municipios priorizados, desde obras de infraestructura hasta proyectos productivos. Buscan transformar territorios afectados por la violencia, la pobreza y las economías ilícitas.
La Agencia de Desarrollo Rural, por su parte, promueve compras directas a productores, eliminando intermediarios y garantizando precios justos. Son avances valiosos, pero mínimos frente a la magnitud del rezago.
El futuro del campo, sin embargo, no solo depende del fin del conflicto. Está amenazado por la falta de relevo generacional.
Según el DANE, la mayoría de campesinos supera los 50 años; los jóvenes migran a las ciudades en busca de oportunidades.
Este envejecimiento rural pone en riesgo la seguridad alimentaria y la transmisión del conocimiento ancestral. Si el campo envejece, el país también.
El campo que me contó, y que ahora debo contar
Esta crónica llega tarde. La deuda no era solo con los campesinos, sino conmigo misma. No podía cerrar este libro sin volver a Santa Rosa, aunque fuera en la memoria, y reconocer lo que le debo. Parte de lo que soy se sembró en esa finca.
Ahora sé que contar el campo no es un acto de nostalgia. Es una necesidad ética. Es reconocer que el futuro de Colombia también se escribe entre surcos, cafetales y caminos de herradura, hoy convertidos en placas huellas.
El campo nos espera. Espero ir con libreta en mano. He escuchado a los líderes que construyen ciudad; espero empezar a escuchar a los que cultivan sociedad.
Lee Desde la sala de redacción: 35 años de periodismo, un proyecto que recorre la historia reciente de Colombia desde una perspectiva periodística.
A través de 35 crónicas, el autor reflexiona sobre hechos clave como la Constitución del 91, el narcotráfico y los procesos de paz, con el objetivo de entender su impacto en la sociedad. Más que narrar, busca cuestionar y aprender de la historia vivida.
Las crónicas en Desde la sala de redacción – Diario Occidente.